Ni bien entrados a Potosí, los dibujos de sus calles angostas llaman la atención a gritos. Las subidas y bajadas constantes, sumado a que la altitud sobre el nivel del mar es mayor a los 4 mil metros, hacían cada paseo tan llamativo como cansador. Por suerte el cuerpo se acostumbró rápido y ya aclimatado nos permitió visitar una de las miles de minas que perforan el "Cerro Rico".
La minería en Potosí todo lo atraviesa. Desde su historia, por poseer este cerro tan codiciado, tan saqueado y, también, tan destruido por los colonos españoles y de ahí en adelante por cuanto ambicioso se acercara. Nos impactó de tal forma, suponemos porque fue la primera vez que en vivo y en directo nuestros ojos vieron cómo la colonia sigue en pie sin ningún disimulo. Es una foto viva del desembarco español, la explotación de los trabajadores, la expropiación de las riquezas naturales... En fin, de la historia de nuestro continente.

Si bien el tiempo ha pasado, hoy el 80 por ciento de los potosinos y potosinas trabajan directa o indirectamente de la minería. Y el total de lo extraído emigra a otras latitudes. La amplia mayoría de los trabajadores no cuenta con ningún seguro de salud, ni vivienda. Y cuando se enfermen del "mal de mina" dejarán de ser tenidos en cuenta sin indemnización, ni explicación, alguna ya que trabajan por jornada.
Nuestra estadía en Potosí fue sin dudas una experiencia tan triste como reveladora. Allí, además, conocimos a un gran amigo llamado Eduardo, de quien aprendimos mucho en grandiosas charlas sobre la historia de su país. También, nos enteramos de una costumbre local: si alguien recibe un regalo debe hacer otro devuelta. Buenas hamburguesas nos ligamos sin buscarlo.
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