sábado, 21 de enero de 2012

Km 3400 - Potosí (Bolivia)

Potosí se convirtió en el primer destino al que arribamos en bus, nuestro nuevo sistema de transporte (en la mayoría de los casos). Hasta esta ciudad minera llegamos tras ingresar a Bolivia por el paso fronterizo La Quiaca/Villazón.

Ni bien entrados a Potosí, los dibujos de sus calles angostas llaman la atención a gritos. Las subidas y bajadas constantes, sumado a que la altitud sobre el nivel del mar es mayor a los 4 mil metros, hacían cada paseo tan llamativo como cansador. Por suerte el cuerpo se acostumbró rápido y ya aclimatado nos permitió visitar una de las miles de minas que perforan el "Cerro Rico".

La minería en Potosí todo lo atraviesa. Desde su historia, por poseer este cerro tan codiciado, tan saqueado y, también, tan destruido por los colonos españoles y de ahí en adelante por cuanto ambicioso se acercara. Nos impactó de tal forma, suponemos porque fue la primera vez que en vivo y en directo nuestros ojos vieron cómo la colonia sigue en pie sin ningún disimulo. Es una foto viva del desembarco español, la explotación de los trabajadores, la expropiación de las riquezas naturales... En fin, de la historia de nuestro continente.

Ni bien pudimos nos dirigimos a uno de las perforaciones en la roca y junto a nuestro guía Román nos adentramos. Caminamos más de 2 kilómetros hacia el interior, atravesamos zonas de un calor sofocante y otras de un frío que cala en los huesos. Respiramos metales. Nos quedamos sin aire. Subimos y bajamos escaleras por huecos tallados artesanalmente con dinamita. Sentimos las explosiones cercanas. Todo esto fue en dos horas. Los mineros con los que charlamos y nos enseñaron, lo hacen a diario y hasta que la muerte los alcance. Nada de lo que sacan es para ellos. Y la montaña está a punto de derrumbarse porque, según estiman los que saben, ya le hicieron más de 1200 agujeros en los últimos 600 años.

Si bien el tiempo ha pasado, hoy el 80 por ciento de los potosinos y potosinas trabajan directa o indirectamente de la minería. Y el total de lo extraído emigra a otras latitudes. La amplia mayoría de los trabajadores no cuenta con ningún seguro de salud, ni vivienda. Y cuando se enfermen del "mal de mina" dejarán de ser tenidos en cuenta sin indemnización, ni explicación, alguna ya que trabajan por jornada.

Nuestra estadía en Potosí fue sin dudas una experiencia tan triste como reveladora. Allí, además, conocimos a un gran amigo llamado Eduardo, de quien aprendimos mucho en grandiosas charlas sobre la historia de su país. También, nos enteramos de una costumbre local: si alguien recibe un regalo debe hacer otro devuelta. Buenas hamburguesas nos ligamos sin buscarlo.

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